Durante siglos eran pocos los elegidos que aprendían a leer
y escribir y recibían esta instrucción en su casa a cargo de tutores. Hasta que
llegó la revolución industrial y surgieron las primeras escuelas. Hacía falta
enseñar al menos los rudimentos básicos del cálculo y la escritura a los
trabajadores de las fábricas o de los mercados. Desde entonces, y han pasado
más de 200 años, el mundo se ha globalizado y los avances técnicos son
meteóricos, pero las clases se siguen impartiendo en el mismo espacio con el
mismo método que entonces: el maestro o profesor dicta una lección y los
alumnos toman apuntes y, de vez en cuando, preguntan. Así que toca voltear el
sistema de arriba abajo, desde la escuela infantil hasta la universidad.
No queda otra opción que transformar la educación para no
perder comba en un mundo en constante cambio. El escenario lo plantea muy bien
Cristóbal Cobo, investigador de la Universidad de Oxford: “Si a lo largo del
año pasamos casi tres meses conectados a Internet y cerca de cuatro dormidos,
nos queda muy poco tiempo para pensar”. Por eso considera que no hay que
intentar competir con las máquinas, sino “desarrollar la capacidad de
encontrar, de compartir o redistribuir esa información”. Y para ello se
necesita echar mano de la última tecnología. Según un estudio del banco de
inversión Ibis Capital, la industria del e-learning (contenidos, plataformas,
portales de aprendizaje) movió en 2012 más de 66.400 millones de euros en todo
el mundo, y la expectativa de crecimiento es del 23% hasta 2017.
COMUNICACIÓN Y TECNOLOGÍA
Xavier Prats Monné, el nuevo director de Educación de la
Comisión Europea, va más allá y opina que por primera vez los alumnos son los
que lideran el cambio educativo. “¿Por qué? Porque traducen en la escuela y la
universidad su experiencia diaria: están acostumbrados a colaborar gracias a
Internet y a que sus amistades no dependan de su situación geográfica”,
explicaba recientemente en una entrevista en este diario. Y se comparaba
con ellos: “Para mi generación, la diferencia entre comunicarse físicamente o
virtualmente por Skype es muy fuerte; pero para la de mis hijos, la
comunicación es algo mucho más sofisticado porque la tecnología es parte natural
de su experiencia cotidiana”.
“Internet tiene ventanas en todas
partes y la función del profesor debe ser la de cribar. Igual que hasta ahora
elegía lecturas”, dice un catedrático
“Hubo un tiempo en el que la escuela tenía garantizada esa
opción de ver mundo. Pero hoy no tiene ningún sentido que existan maestros
maravillosos como el de la película La lengua de las mariposas, que
encandilaba a sus alumnos contando historias asombrosas sobre cosas que
ocurrían fuera del pueblo”, sostiene Mariano Fernández-Enguita, catedrático de
Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. “Internet tiene ventanas a
todas partes y la función del profesor, más que impartir conocimiento, debe ser
la de cribar. Igual que hasta ahora elegía las lecturas”. En los campus
universitarios se repite la misma situación. “No tiene sentido que en un
aulario enorme los alumnos de Medicina vean cuatro huesos alrededor del
profesor. Para eso están los vídeos”, subraya Josep Valor, profesor de Sistemas
de Información de la escuela de negocios IESE.
“Hay quien asegura que el problema de la educación con las
nuevas tecnologías es el mismo que el de los fabricantes de hielo cuando
surgieron las neveras. Pero nosotros no ofrecemos hielo, sino frío. Nosotros,
los educadores, enseñamos a aprender”, precisó Cobo en el foro Educar para
transformar de la Universidad Europea de Madrid. Bruselas ha dejado claro a los
países de la UE que sus alumnos deben aprender estas herramientas
imprescindibles para ser capaces de desenvolverse en la vida y usar la tecnología.
Los profesores deben, por tanto, enseñar de otra manera para que sus pupilos
aprendan mejor. Pero el aprendizaje no termina ahí. “Es un asunto de los
políticos, la comunidad educativa y los padres. A mí me sorprendía ir por la
calle y que la gente me dijese: ‘¡Qué mal tiene usted la educación!”, ironizaba
recientemente Ángel Gabilondo, el último ministro socialista.
Fernández-Enguita, más extremista que casi todos los
expertos educativos, está seguro de que el docente dentro de un aula “no ha
muerto ni va a morir” porque la educación hasta los 16 años es obligatoria y
tiene una función de custodia para los más pequeños, pero que si no lo haría.
Muchos expertos creen que cuanta mayor es la información que se puede consumir,
menor es nuestra concentración en algo concreto. “El alumno se pregunta: ‘¿Por
qué tengo que atender a eso y no estoy haciendo otras cosas?’. Es difícil
captar su interés. Por eso han subido las tasas de déficit de hiperactividad”,
subraya Fernández-Enguita.
Vamos, piensa este sociólogo, hacia una educación en la Red
en la que no queda claro quién enseña y quién aprende y sin límites de espacio
y tiempo. Una idea en la que también ahonda Cobo: “La tecnología ha diluido las
barreras entre distintas disciplinas. Rompe con la idea de un aula, un docente
y unos contenidos”. Y al establecer un nuevo paradigma, “el aprendizaje es la
Red y nos hace entender la sociedad como algo en permanente evolución”. Este
desfase actual entre los avances tecnológicos y una enseñanza en los centros
anclado en el siglo XVIII ha provocado en Estados Unidos un aumento de los
niños que reciben clase en casa (home schooling).
“Hay que adaptar el aprendizaje a las necesidades. Se habla
mucho del cambio de currículo, pero no de las aplicaciones”, observa
Pierre-Antoine Ullmo, al frente de la empresa PAU Education. “En los últimos
dos años ha habido una irrupción de tecnología más accesible para los alumnos y
formadores”. Ullmo dirige un ambicioso proyecto, Open Education Challenge,
apadrinado por la Unión Europea, que pretende crear una incubadora que promueva
la creación de nuevas empresas (start-ups) relacionadas con la
innovación, el desarrollo de tecnologías y el diseño web.
Detrás de este programa hay inversores habituados a
arriesgar su dinero en la Bolsa y sectores punteros. Porque en esta nueva era,
la educación, piensan muchos, debe dejar de ser vista como un campo acotado al
Estado y perder el miedo a su mercantilización, como ocurre ya en Estados
Unidos o Israel. “Si la gente compra juegos para su portátil, ¿por qué no
productos educativos? El mayor error es pensar que la educación está reñida con
la diversión”, reflexionó el director de Educación de la Comisión Europea en EL
PAÍS.
Fuente: EL PAIS
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